En julio próximo, el TC cumplirá 75 años y ya está instalado en el Libro Guinness de los Récords como una de las categorías del automovilismo más antiguas del mundo.
Pero lo más inexplicable es el fenómeno de la gente, que lo da todo por estar pegada al alambrado viendo pasar a la marca y a los pilotos de su predilección, sin importar el frío, la lluvia ni la altura del mes que se corra.
En Río Cuarto hubo ayer 25 mil almas acompañando la sexta etapa del torneo, en una fecha donde muchos todavía no cobraron, y ello conspiró quizá con la presencia de más público. Fue una jornada agradable, que arrancó con nueve grados a primera hora y ya en la segunda serie había trepado a 12 grados, pese a que el sol jugaba a las escondidas entre las nubes.
En ese contexto el público dijo presente. Los socios del Automóvil Club de Río Cuarto ocuparon una tribuna especial que la entidad les cedió pese a la resistencia de la ACTC. Las restantes también estuvieron colmadas y por supuesto no faltaron los lugares que identifican a las barras de cada marca: la “15” de Chevrolet y la “cuatro” de Ford, y los que alientan al Torino y los seguidores de Dodge, todos conviviendo en sana armonía. En este mundo deportivo donde las agresiones están a la orden del día, causa sorpresa ver que, a diferencia del fútbol, no hay pulmones entre barras y mucho menos un cordón policial que los separe.
Sólo algunos metros separan a los trapos que cobijan a los del Chivo de los “fordistas”, a manera de un Boca-River sobre ruedas.
Pero el TC no sería tal si no tuviera a su alrededor el folklore tan particular. Los fuegos de artificio que se lanzan al aire cuando los autos salen a la pista para correr una serie o final, o el tradicional “humito” de los asados que nunca faltan y se mezcla con el cemento –colocado para absorber el aceite de algún motor roto–, que vuela al paso de los autos. No falta algún chivito a la llama o las tradicionales “picadas bien regadas” para mitigar la languidez hasta que esté el asado.
Para los improvisados, en derredor al circuito hay de todo para surtirse. Desde la leña para el fuego hasta la oferta del día, un pollo con fritas a 60 pesos, junto a los tradicionales “choris” que, en grandes parrillas, permanecen inmutables a la tierra que levantan los autos al pasar por el costado.
Todo está para la venta. Grandes quioscos ofrecen desde una calcomanía a un llavero o la gorra de la marca preferida, aunque esta última no baje de los 80 pesos. Ni el autito plástico de Ford o Chevrolet para que el nene lo haga rodar a metros de donde circulan los verdaderos.
No faltan los cazadores de autógrafos dispuestos a perseguir por donde sea a los pilotos, en busca de arrancarles una firma o por lo menos que posen para una foto abrazados. Lo mismo ocurre con las promotoras, las más miradas del fin de semana y que pasean sus “carrocerías” por los boxes.
Si una dama está apurada por ir al baño, hay un refugio para cobijarla, aunque para ello deba pagar dos pesos. Es la magia del TC.
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