El Lamborghini Diablo, el coche más rápido del mundo en 1990. Hemeroteca
Todo empezó en los albores de 1963. Ferruccio Lamborghini era un floreciente industrial que había conseguido amasar una fortuna al frente de su fábrica de tractores. El joven Ferruccio había empezado a trabajar en la granja de su padre, cerca de Ferrara, donde había desarrollado su talento construyendo maquinaria agrícola. Su olfato emprendedor era proverbial: había iniciado su negocio con la reconstrucción de máquinas destruidas por la guerra. A los 47 años su firma era un importante punto de referencia en el sector. Gran amante de los deportivos, había adquirido cuatro Ferraris. Su elección había sido fácil: la firma ofrecía los mejores automóviles del mundo y él podía pagarlos. Pero un buen día los vehículos empezaron a fallar y, enfadado, llamó al propio Enzo Ferrari, el ‘Comendattore’. Este reaccionó con inusitada soberbia. ¿Cómo osaba un simple fabricante de motores para tractores poner en tela de juicio a sus mayestáticos bólidos? Lamborghini reaccionó. Era un hombre tenaz nacido bajo el signo de Tauro, un luchador nato que, ajeno a cuantos le tacharon de loco, tomó una decisión: crear el automóvil perfecto, la sublimación de la mecánica. Su arriesgado objetivo estaba claro: innovar, derrocar a Ferrari. Así nació ‘Automobil Ferruccio Lamborghini’. Su iniciativa cambiaría la historia del automovilismo.
Su enfrentamiento fue total, llegando incluso hasta los respectivos escudos: al caballito de Ferrari opuso Lamborghini un toro en plena lidia. La batalla no fue fácil. Antes de triunfar como un empresario de prestigio, Lamborghini se endeudó en repetidas ocasiones. Pero así pudo crear máquinas como el Lamborghini Miura, producido entre 1966 y 1972, que revolucionó el concepto de automóvil deportivo por su chasis de motor central, su estructura ultraligera y su diseño radical.
El espíritu empresarial de Ferruccio le empujó al riesgo en diversas iniciativas, hasta el punto de apostar por proyectos tan peregrinos como aparatos de musculación de dudosa manufactura, o el diseño de esquís de sospechosa liviandad.
Pero perseguía un sueño: construir el automóvil perfecto a lo que consagró más de 30 años de su vida. Y Ferrucio Lamborghini lo consiguió.
El toro había derrotado al caballito.
VIA
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